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Hakeem Wali y Antonia Paraleda, Tailak
La familia de Hakeem Wali ha comercializado durante generaciones con alfombras anudadas a mano por las mujeres de su tribu. Su historia se remonta a las estepas de Asia central y a las ciudades oasis de la Ruta de la Seda.
Las alfombras han ayudado a Hakkem y a su familia a sobrevivir juntos, primero en el exilio en Afganistán, y desde la invasión soviética en 1979, también en Pakistán. “La huida y el exilio fueron duros. Mi madre tuvo que salir sola del pueblo con cuatro niños pequeños después del asesinato de mi abuelo por los soldados soviéticos”. A su llegada a Pakistán, comenzó a anudar alfombras junto a otras mujeres turcomanas para salir adelante.
Gracias a la tradición generacional de su familia, pudieron mejorar su suerte y su economía. Los compradores internacionales de su abuelo les buscaron en los inmensos campos de refugiados en la ciudad pakistaní de Peshawar y les ayudaron a reconstruir la producción de alfombras para la exportación. Así “logramos tener una mejor situación económica que otros refugiados afganos”.
Tiempo después, Hakeem conoció a Antonia Paraleda, una periodista gallega que trabajó para la ONU en Irak. Juntos montaron una tienda en Madrid y desde aquí ayudan a las mujeres afganas a tener una fuente de ingresos gracias a la elaboración de estas artesanales alfombras.
Hakeem y Antonia nos explican las dificultades de ser mujer en Afganistán y Pakistán, dos países muy conservadores en el que apenas se ven mujeres en las calles y casi no hay trabajo para ellas fuera del hogar. Las tres décadas de guerras en el país se suma a un gobierno misógino de los talibanes y a la necesidad de exiliarse a Pakistán. Pero la solidaridad de la tribu turcomana y su virtuosidad a la hora de anudar alfombras a mano les ha ayudado a ellas y a sus familias a salir adelante. Además, tener una fuente de ingresos va más allá de la subsistencia para estas mujeres. “Aportar ingresos a la economía familiar ayuda a que las mujeres turcomanas tengan voz y voto en las decisiones familiares”.
Tailak, la empresa de Hakeem y Antonia, destina el diez por ciento de sus beneficios a proyectos para su comunidad, como la construcción de una fuente pública de agua en el pueblo de Aqcha, ubicado en una zona desértica. Además, al trabajar directamente con ellas, pueden asegurarse de que sus condiciones de trabajo y su sueldo es digno y, cuando tienen un problema grave, saben que pueden acudir a ellos. “Nuestra familia está orgullosa de seguir con esta tradición y de apoyar a la economía y el bienestar de estas mujeres y sus familias”, nos confiesan Hakeem y Antonia con un brillo de esperanza y confianza en los ojos.
Proceso de elaboración
La elaboración de las alfombras comienza con su diseño. Este se realiza en papel cuadriculado con gran detalle. Mientras tanto, la lana es cardad a mano. Esta lana es de ovejas de Ghazni, conocida por su suavidad y su durabilidad.
Para teñirlas se emplean tintes naturales que se obtienen de plantas, cortezas, flores y frutas. Por ejemplo, la cáscara de trigo y la piel de cebolla dan tonos beige y amarillos. La raíz de la vid y la rubiácea producen tonos rojos y anaranjados, las cortezas de la nuez y la granada, colores verdes y marrones; y el índigo o años, diferentes tonos de azul.
Una vez elaborado el diseño, se les hace llegar a las mujeres que anudarán las alfombras en su hogar. Para ello instalan un bastidor en el patio de su casa y así pueden compatibilizar su trabajo con el cuidado de su familia.
El proceso de anudado a mano es laborioso. Se tarda un mes en anudar un metro cuadrado de alfombra. Cuando la mujer termina su labor, la alfombra vuelve al taller, donde hay que afeitar e igualar el pelo y, finalmente, se revisa cuidadosamente en un riguroso control de calidad. Para terminar, la alfombra se lava con cepillo y agua jabonosa. El lavado ayuda a asentar los colores y a retirar la pelusa de la lana. En la última etapa, las alfombras se secan al sol y quedan listas para la exportación.